Beato Carlos Manuel 31
La participación en la liturgia (7)
La celebración es la conjunción de varios factores. En cada acto litúrgico debe haber un ars celebrandi, con el objetivo de obtener una adecuada participación activa de los creyentes en aquello que se celebra. Nuestro Beato afronta la falta de armonía en la celebración de la Eucaristía y sus consecuencias en las actitudes de los creyentes. En la carta al nuevo párroco de Caguas dice: “Los fieles que queremos seguir el misal, ya que no se nos permite ejercer nuestro derecho y nuestro privilegio de participar directamente, difícilmente podemos hacerlo. Se nos hace casi imposible darle alcance al celebrante. Se establece una especie de carrera o maratón entre los fieles y el celebrante, a ver quién termina primero la lectura de los textos, pero ordinariamente es el sacerdote. Cuando en algunas ocasiones los fieles logramos terminar junto con él, la experiencia desabrida que nos queda es que ha sido algo sin ningún o con muy poco provecho espiritual. Hemos tenido que leer a tal velocidad que la inteligencia no ha podido captar debidamente el mensaje del texto y mucho menos ha podido rumiarlo el corazón. ¿Para qué entonces esforzarse y afanarse por alcanzarle la pista al celebrante? ¡Y a esto le llamamos oración y culto perfecto! (...) Algunas personas al verse ante esta situación, cierran el misal y se ponen a rezar el rosario. Otras se molestan, se indignan y se incomodan, convirtiendo así el momento más sagrado del día en fuente, no de paz, sino de tensión y molestia. (...) ¿Por qué esa prisa que todo lo destruye, inclusive a la misma persona? San Francisco de Sales nos dice que ‘LA PRISA ES LA MUERTE DE LA DEVOCIÓN’, y ¡cuán en lo cierto está!”.
Una de las constantes en la acción litúrgica es la prisa. Sigue diciendo Carlos M.: “Otra cosa que se nos dice es que, si la Misa dura cinco minutos más, los fieles se cansan. Pero nosotros, los fieles, podemos decir que eso no es cierto. Lo que en verdad nos molesta y consideramos como falta de consideración para “el pueblo de Dios” es esa prisa que no nos deja participar debidamente, o por lo menos seguir silenciosamente el misal. Cuando asistimos a los oficios del culto es porque queremos de hecho orar, rendir culto, hacer debidamente lo que tenemos y debemos hacer. Si los fieles entienden (y entenderán si se les explica y se les instruye debidamente) y si participan inteligentemente, no se cansan sino que muchas veces quisieran que durara más tiempo el oficio. Los fieles se cansan y se aburren más en una misa corta, muda, aprisa, sin sentido, en la cual ni participan ni entienden, que en una misa un poquitín más larga, pero que puedan entender, y en la cual puedan participar y de la cual puedan disfrutar”.
(cf. Tesina de licenciatura de Yoni Palomino Bolívar, «Vivimos para esa noche”: Beato Carlos Manuel Rodríguez, Un apóstol contemporáneo de la liturgia).
Ojalá tuviéramos esa conciencia de Charlie en nuestra participación en la misa.
La celebración es la conjunción de varios factores. En cada acto litúrgico debe haber un ars celebrandi, con el objetivo de obtener una adecuada participación activa de los creyentes en aquello que se celebra. Nuestro Beato afronta la falta de armonía en la celebración de la Eucaristía y sus consecuencias en las actitudes de los creyentes. En la carta al nuevo párroco de Caguas dice: “Los fieles que queremos seguir el misal, ya que no se nos permite ejercer nuestro derecho y nuestro privilegio de participar directamente, difícilmente podemos hacerlo. Se nos hace casi imposible darle alcance al celebrante. Se establece una especie de carrera o maratón entre los fieles y el celebrante, a ver quién termina primero la lectura de los textos, pero ordinariamente es el sacerdote. Cuando en algunas ocasiones los fieles logramos terminar junto con él, la experiencia desabrida que nos queda es que ha sido algo sin ningún o con muy poco provecho espiritual. Hemos tenido que leer a tal velocidad que la inteligencia no ha podido captar debidamente el mensaje del texto y mucho menos ha podido rumiarlo el corazón. ¿Para qué entonces esforzarse y afanarse por alcanzarle la pista al celebrante? ¡Y a esto le llamamos oración y culto perfecto! (...) Algunas personas al verse ante esta situación, cierran el misal y se ponen a rezar el rosario. Otras se molestan, se indignan y se incomodan, convirtiendo así el momento más sagrado del día en fuente, no de paz, sino de tensión y molestia. (...) ¿Por qué esa prisa que todo lo destruye, inclusive a la misma persona? San Francisco de Sales nos dice que ‘LA PRISA ES LA MUERTE DE LA DEVOCIÓN’, y ¡cuán en lo cierto está!”.
Una de las constantes en la acción litúrgica es la prisa. Sigue diciendo Carlos M.: “Otra cosa que se nos dice es que, si la Misa dura cinco minutos más, los fieles se cansan. Pero nosotros, los fieles, podemos decir que eso no es cierto. Lo que en verdad nos molesta y consideramos como falta de consideración para “el pueblo de Dios” es esa prisa que no nos deja participar debidamente, o por lo menos seguir silenciosamente el misal. Cuando asistimos a los oficios del culto es porque queremos de hecho orar, rendir culto, hacer debidamente lo que tenemos y debemos hacer. Si los fieles entienden (y entenderán si se les explica y se les instruye debidamente) y si participan inteligentemente, no se cansan sino que muchas veces quisieran que durara más tiempo el oficio. Los fieles se cansan y se aburren más en una misa corta, muda, aprisa, sin sentido, en la cual ni participan ni entienden, que en una misa un poquitín más larga, pero que puedan entender, y en la cual puedan participar y de la cual puedan disfrutar”.
(cf. Tesina de licenciatura de Yoni Palomino Bolívar, «Vivimos para esa noche”: Beato Carlos Manuel Rodríguez, Un apóstol contemporáneo de la liturgia).
Ojalá tuviéramos esa conciencia de Charlie en nuestra participación en la misa.