Oración del Papa Francisco para el Año de San José,
Carta apostólica Patris corde
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén
Santificar el trabajo
|
La santificación es, en pocas palabras, la unión del hombre con Dios. Esto significa que cuando trabajamos, no basta con la intención de hacerlo bien, buscar el autodesarrollo, alcanzar éxito u obtener retribuciones humanas; para santificar el trabajo es necesario encontrarse con Jesús: realizar nuestra tarea no sólo por Él, sino con Él. De este modo, el sentido de esa labor cambia totalmente. No se trata de rezar oraciones mientras se realiza una actividad, sino de amar a Dios con obras, servir a los demás a través de esa ocupación y encontrarse redimiendo el mundo con Jesús.
Para un cristiano, es una manera de asemejarse a Dios, de unirse a Él y, sobre todo, de ir forjando hábitos que luego ayudarán a que toda actividad realizada pueda ser elevada hacia Dios. Como dijo el Papa Francisco, en una audiencia general el 1 de mayo de 2013, el trabajo “es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo, por usar una imagen, nos “unge” de dignidad, nos colma de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que trabajó y trabaja, actúa siempre (cf. Jn 5, 17)”. El punto 2427 el Catecismo de la Iglesia Católica explica que “el trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra. El trabajo es, por tanto, un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”. El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el peso del trabajo, en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar. El trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo”. (cf. opusdei.org) |
5 de diciembre de 2021
San José y el ambiente en el que vivió
[...] Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo, consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante algunas semanas hablaremos de san José.
En la Biblia hay más de diez personajes que llevan el nombre de José. El más importante de ellos es el hijo de Jacob y Raquel, que, a través de diversas peripecias, pasó de ser un esclavo a convertirse en la segunda persona más importante de Egipto después del faraón (cf. Gn 37-50). El nombre José en hebreo significa “que Dios acreciente. Que Dios haga crecer”. Es un deseo, una bendición fundada en la confianza en la providencia y referida especialmente a la fecundidad y al crecimiento de los hijos. De hecho, precisamente este nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en su providencia: cree en la providencia de Dios, tiene fe en la providencia de Dios. Cada una de sus acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que Dios dispone la continuación de su plan de salvación. Y en esto, José de Nazaret se parece mucho a José de Egipto...
Hoy José nos enseña esto: “a no mirar tanto a las cosas que el mundo alaba, a mirar los ángulos, a mirar las sombras, a mirar las periferias, lo que el mundo no quiere”. Nos recuerda a cada uno de nosotros que debemos dar importancia a lo que otros descartan. En este sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado. Descubrir lo que vale. Pidámosle que interceda para que toda la Iglesia recupere esta mirada, esta capacidad de discernir y esta capacidad de evaluar lo esencial. Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret.
Quisiera hoy enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial. Que puedan encontrar en san José el testigo y el protector al que mirar.
De la Catequesis del Papa Francisco sobre san José (17 de noviembre de 2021)
San José y el ambiente en el que vivió
[...] Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo, consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante algunas semanas hablaremos de san José.
En la Biblia hay más de diez personajes que llevan el nombre de José. El más importante de ellos es el hijo de Jacob y Raquel, que, a través de diversas peripecias, pasó de ser un esclavo a convertirse en la segunda persona más importante de Egipto después del faraón (cf. Gn 37-50). El nombre José en hebreo significa “que Dios acreciente. Que Dios haga crecer”. Es un deseo, una bendición fundada en la confianza en la providencia y referida especialmente a la fecundidad y al crecimiento de los hijos. De hecho, precisamente este nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en su providencia: cree en la providencia de Dios, tiene fe en la providencia de Dios. Cada una de sus acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que Dios dispone la continuación de su plan de salvación. Y en esto, José de Nazaret se parece mucho a José de Egipto...
Hoy José nos enseña esto: “a no mirar tanto a las cosas que el mundo alaba, a mirar los ángulos, a mirar las sombras, a mirar las periferias, lo que el mundo no quiere”. Nos recuerda a cada uno de nosotros que debemos dar importancia a lo que otros descartan. En este sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado. Descubrir lo que vale. Pidámosle que interceda para que toda la Iglesia recupere esta mirada, esta capacidad de discernir y esta capacidad de evaluar lo esencial. Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret.
Quisiera hoy enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial. Que puedan encontrar en san José el testigo y el protector al que mirar.
De la Catequesis del Papa Francisco sobre san José (17 de noviembre de 2021)
21 de noviembre de 2021
Comentario del Evangelio por San Claudio de la Colombière (1641-1682)
No temas acoger en tu casa a María, tu mujer
No sabemos muchas cosas sobre la vida de San José. El Evangelio sólo reproduce tres o cuatro de sus acciones; y un antiguo autor observó que faltaba una de sus palabras. Posiblemente... el Espíritu Santo lo quiso así para destacar el silencio y la humildad de san José, su amor por la soledad y la vida escondida. Sea lo que sea, tuvimos con esto una gran pérdida. Si el Señor hubiera permitido que se supiera detalladamente la vida de este gran santo, habríamos encontrado, sin duda, bellos ejemplos, bellas reglas, sobre todo para los que viven en el estado del matrimonio...
Toda la vida de San José puede dividirse en dos partes: la primera es la que precedió a su matrimonio; la segunda es todo lo que lo siguió. No sabemos nada en absoluto de la primera y sabemos muy pocas cosas de la segunda. Pretendo sin embargo resaltar que ambas fueron muy santas: la primera ya que fue coronada con un matrimonio muy ventajoso; la segunda fue todavía más santa ya que pasó totalmente en este matrimonio...
¡Qué provecho debió sacar San José de los años de conversación continua que tuvo con la Virgen Santísima!... No dudo de ninguna manera de que el mismo silencio de María fuera extremadamente edificante y que fuera suficiente mirarla para sentirse llevado a amar Dios y a despreciar el resto. ¡Pero cómo debían ser las conversaciones de un alma donde habita el Espíritu Santo, en la cual Dios derramó la plenitud de la gracia y que tenía más amor que todos los serafines juntos!
¡Qué fuego no saldría de su boca, cuando la abría para expresar los sentimientos de su corazón! ¡Qué frialdades, qué hielos no habrá disipado este fuego! ¡Pero qué efecto produciría en José qué tenía ya tanta disposición a ser inflamado!... Este gran fuego, capaz de abrasar toda la tierra, sólo tuvo el corazón de José para calentar y consumir durante un gran número de años... ¡Si Ella creyó que el corazón de San José era una parte del suyo, qué cuidado tendría en inflamarlo del amor de Dios!
Comentario del Evangelio por San Claudio de la Colombière (1641-1682)
No temas acoger en tu casa a María, tu mujer
No sabemos muchas cosas sobre la vida de San José. El Evangelio sólo reproduce tres o cuatro de sus acciones; y un antiguo autor observó que faltaba una de sus palabras. Posiblemente... el Espíritu Santo lo quiso así para destacar el silencio y la humildad de san José, su amor por la soledad y la vida escondida. Sea lo que sea, tuvimos con esto una gran pérdida. Si el Señor hubiera permitido que se supiera detalladamente la vida de este gran santo, habríamos encontrado, sin duda, bellos ejemplos, bellas reglas, sobre todo para los que viven en el estado del matrimonio...
Toda la vida de San José puede dividirse en dos partes: la primera es la que precedió a su matrimonio; la segunda es todo lo que lo siguió. No sabemos nada en absoluto de la primera y sabemos muy pocas cosas de la segunda. Pretendo sin embargo resaltar que ambas fueron muy santas: la primera ya que fue coronada con un matrimonio muy ventajoso; la segunda fue todavía más santa ya que pasó totalmente en este matrimonio...
¡Qué provecho debió sacar San José de los años de conversación continua que tuvo con la Virgen Santísima!... No dudo de ninguna manera de que el mismo silencio de María fuera extremadamente edificante y que fuera suficiente mirarla para sentirse llevado a amar Dios y a despreciar el resto. ¡Pero cómo debían ser las conversaciones de un alma donde habita el Espíritu Santo, en la cual Dios derramó la plenitud de la gracia y que tenía más amor que todos los serafines juntos!
¡Qué fuego no saldría de su boca, cuando la abría para expresar los sentimientos de su corazón! ¡Qué frialdades, qué hielos no habrá disipado este fuego! ¡Pero qué efecto produciría en José qué tenía ya tanta disposición a ser inflamado!... Este gran fuego, capaz de abrasar toda la tierra, sólo tuvo el corazón de José para calentar y consumir durante un gran número de años... ¡Si Ella creyó que el corazón de San José era una parte del suyo, qué cuidado tendría en inflamarlo del amor de Dios!
24 de octubre de 2021
José y el sentido del trabajo y de la misión
¿Cuál es el sentido de nuestro trabajo?, ¿qué es lo que consideramos ser exitosos? No hay nada de malo con aspirar a la bonanza y a la seguridad económica. Pero el sentido del trabajo va mucho más allá.
José fue el proveedor de la Sagrada Familia, su trabajo arduo y comprometido procuró el sostén para María y su hijo.
José no se durmió en sus laureles ni escapó de su responsabilidad. Si el hijo era de Dios y no suyo, ¿por qué Dios no sería el proveedor en lugar de él?
Cuántas veces los padres huyen de sus responsabilidades, preguntándose incluso el porqué de su responsabilidad si es la madre quien lleva dentro del vientre al hijo. Si fue ella quien quiso tenerlo y no él.
José enseña el significado de una verdadera paternidad, una paternidad que tiene que ver con la misión propia de cada varón, responsable no solo con su fecundidad sino con las consecuencias, responsabilidades y dones que ella encierra.
José y el sentido del trabajo y de la misión
¿Cuál es el sentido de nuestro trabajo?, ¿qué es lo que consideramos ser exitosos? No hay nada de malo con aspirar a la bonanza y a la seguridad económica. Pero el sentido del trabajo va mucho más allá.
José fue el proveedor de la Sagrada Familia, su trabajo arduo y comprometido procuró el sostén para María y su hijo.
José no se durmió en sus laureles ni escapó de su responsabilidad. Si el hijo era de Dios y no suyo, ¿por qué Dios no sería el proveedor en lugar de él?
Cuántas veces los padres huyen de sus responsabilidades, preguntándose incluso el porqué de su responsabilidad si es la madre quien lleva dentro del vientre al hijo. Si fue ella quien quiso tenerlo y no él.
José enseña el significado de una verdadera paternidad, una paternidad que tiene que ver con la misión propia de cada varón, responsable no solo con su fecundidad sino con las consecuencias, responsabilidades y dones que ella encierra.
10 de octubre de 2021
José y su devoción y fidelidad hacia María
El amor de José a su esposa María es algo absolutamente asombroso, un amor probado a fuego. El Arzobispo Fulton Sheen en su libro «El primer amor del mundo» (The World’s First Love) hace una apreciación de san José que a más de uno nos cuestionará: «José fue probablemente un hombre joven, fuerte, viril, atlético, atractivo, casto y disciplinado, la clase de hombre que uno ve... trabajando en su taller de carpintero. En lugar de ser un hombre incapaz de amar, él debe haber estado siendo consumido por el amor... Las mujeres jóvenes en aquel tiempo, tomaban votos para consagrarse a Dios únicamente, lo mismo que los hombres jóvenes.
De los que José fue preeminente de tal manera que fue llamado «justo». En lugar de ser el fruto seco servido en la mesa del Rey, fue aquel que florecía lleno de promesas y poder.
Él no se encontraba en el ocaso de la vida, sino en su amanecer, burbujeante de energía, fuerza y pasión controlada».
¡Qué reflexión tan poderosa! Pensar en un hombre joven comprometido en cuerpo y alma con su esposa, a la cual amaba inmensamente y a la cual había renunciado en búsqueda de un amor aún más grande.
El Padre Donald Calloway en su libro «Consagración a San José: Las maravillas de nuestro padre espiritual» nos habla de este amor tan hondo. José no sólo acogió a María en su hogar y en su corazón, María era el hogar y el corazón de José.
No existe ni existió hombre más mariano en este mundo que el mismo José. ¿Miras a tu esposa de esa manera?, ¿es ella tu hogar y tu corazón, cuyo amor es ayuda para llegar a aquel amor más alto? (catholic.link).
José y su devoción y fidelidad hacia María
El amor de José a su esposa María es algo absolutamente asombroso, un amor probado a fuego. El Arzobispo Fulton Sheen en su libro «El primer amor del mundo» (The World’s First Love) hace una apreciación de san José que a más de uno nos cuestionará: «José fue probablemente un hombre joven, fuerte, viril, atlético, atractivo, casto y disciplinado, la clase de hombre que uno ve... trabajando en su taller de carpintero. En lugar de ser un hombre incapaz de amar, él debe haber estado siendo consumido por el amor... Las mujeres jóvenes en aquel tiempo, tomaban votos para consagrarse a Dios únicamente, lo mismo que los hombres jóvenes.
De los que José fue preeminente de tal manera que fue llamado «justo». En lugar de ser el fruto seco servido en la mesa del Rey, fue aquel que florecía lleno de promesas y poder.
Él no se encontraba en el ocaso de la vida, sino en su amanecer, burbujeante de energía, fuerza y pasión controlada».
¡Qué reflexión tan poderosa! Pensar en un hombre joven comprometido en cuerpo y alma con su esposa, a la cual amaba inmensamente y a la cual había renunciado en búsqueda de un amor aún más grande.
El Padre Donald Calloway en su libro «Consagración a San José: Las maravillas de nuestro padre espiritual» nos habla de este amor tan hondo. José no sólo acogió a María en su hogar y en su corazón, María era el hogar y el corazón de José.
No existe ni existió hombre más mariano en este mundo que el mismo José. ¿Miras a tu esposa de esa manera?, ¿es ella tu hogar y tu corazón, cuyo amor es ayuda para llegar a aquel amor más alto? (catholic.link).
3 de octubre de 2021
Dios en su plan designó un padre en la tierra para su Hijo. Se nos ocurre que tal vez el mismo Jesús pudo haber deseado un padre en la tierra. Un padre a través del cual el hijo de Dios aprendiera en la mejor escuela de humanidad, la familia.
La figura del padre nunca ha perdido relevancia. En nuestros días, confundidos por ideas que no buscan reconciliación sino revancha, la paternidad es cuestionada e incluso acusada de ser la gestora de las grandes injusticias y diferencias.
Pensemos un poco mejor, no solo con objetividad y sustento, sino también a la luz de la fe. José, de quien creemos conocer poco, en realidad conocemos mucho.
El silencio de esta padre habla a través de las acciones de su propio hijo. Jesús pasó tres años con sus apóstoles, y la mayoría de su vida al lado de sus padres, no sabemos con exactitud cuándo murió José.
Pero sabemos de su cuidado y compromiso desde que aquel niño le fue encomendado por el mismo Dios. La figura de José nos debe apelar a todos.
La magnitud de su compromiso como padre no solo excede nuestra comprensión sino además debería conducirnos a pensar en cómo cada hombre afronta su propia paternidad.
¿Te involucras en cuerpo, mente y espíritu?, ¿sabes que tu hijo siempre está mirando y aprende de ti?, ¿entiendes que tu fuerza, tu trabajo y todos tus dones están en primer lugar al servicio de tu familia?
Fue san José quien enseñó a Jesús a ser un verdadero hombre, le enseñó su profesión, lo instruyó en el respeto a la ley de Dios, aún siendo Jesús el mismo Dios.
José nunca se echó para atrás. No dio por sentada su labor incluso sabiendo que tenía al más extraordinario de los hijos. Lo educó, lo cuidó, proveyó para él hasta el último suspiro (cf. Catholic link).
Dios en su plan designó un padre en la tierra para su Hijo. Se nos ocurre que tal vez el mismo Jesús pudo haber deseado un padre en la tierra. Un padre a través del cual el hijo de Dios aprendiera en la mejor escuela de humanidad, la familia.
La figura del padre nunca ha perdido relevancia. En nuestros días, confundidos por ideas que no buscan reconciliación sino revancha, la paternidad es cuestionada e incluso acusada de ser la gestora de las grandes injusticias y diferencias.
Pensemos un poco mejor, no solo con objetividad y sustento, sino también a la luz de la fe. José, de quien creemos conocer poco, en realidad conocemos mucho.
El silencio de esta padre habla a través de las acciones de su propio hijo. Jesús pasó tres años con sus apóstoles, y la mayoría de su vida al lado de sus padres, no sabemos con exactitud cuándo murió José.
Pero sabemos de su cuidado y compromiso desde que aquel niño le fue encomendado por el mismo Dios. La figura de José nos debe apelar a todos.
La magnitud de su compromiso como padre no solo excede nuestra comprensión sino además debería conducirnos a pensar en cómo cada hombre afronta su propia paternidad.
¿Te involucras en cuerpo, mente y espíritu?, ¿sabes que tu hijo siempre está mirando y aprende de ti?, ¿entiendes que tu fuerza, tu trabajo y todos tus dones están en primer lugar al servicio de tu familia?
Fue san José quien enseñó a Jesús a ser un verdadero hombre, le enseñó su profesión, lo instruyó en el respeto a la ley de Dios, aún siendo Jesús el mismo Dios.
José nunca se echó para atrás. No dio por sentada su labor incluso sabiendo que tenía al más extraordinario de los hijos. Lo educó, lo cuidó, proveyó para él hasta el último suspiro (cf. Catholic link).
26 de septiembre de 2021
Títulos de honor, para rendir homenaje a este gran santo. Algunos son:
1. Esposo purísimo de la Virgen.
2. Padre adoptivo del Salvador.
3. Modelo de virginidad y castidad.
4. El mayor de los Patriarcas.
5. Protector de Jesús y María.
6. Guardián del Niño Jesús.
7. Patrono de los moribundos.
8. Patrono de la Iglesia.
9. Patrono de los Obreros.
10. Cabeza de la Sagrada Familia.
11. Distribuidor de los tesoros del Mesías.
Títulos de honor, para rendir homenaje a este gran santo. Algunos son:
1. Esposo purísimo de la Virgen.
2. Padre adoptivo del Salvador.
3. Modelo de virginidad y castidad.
4. El mayor de los Patriarcas.
5. Protector de Jesús y María.
6. Guardián del Niño Jesús.
7. Patrono de los moribundos.
8. Patrono de la Iglesia.
9. Patrono de los Obreros.
10. Cabeza de la Sagrada Familia.
11. Distribuidor de los tesoros del Mesías.
19 de septiembre de 2021
Rosario a San José
El rosario a san José es una devoción no muy difundida, aunque su origen se remonta al año 1871, cuando el B. Pío IX pidió promover la devoción a san José, esposo de la Virgen María. En él meditamos sobre la misión de S. José. Además de meditar las virtudes de san José, este rosario nos invita a mirar con sus ojos los distintos eventos que rodearon la vida de nuestro Salvador.
Hay diversas formas en la devoción popular para meditar los misterios: momentos de su vida junto a María y Jesús o, como aquí les presentamos, la opción que consiste en reflexionar sobre algunas virtudes del santo Patriarca o considerar los dolores y alegrías de S. José, como en los siete domingos.
El rosario a san José usualmente está compuesto por septenarios (cinco grupos de siete cuentas), separados por una cuenta entre grupo y grupo donde se anuncia el misterio.
Inicio
1. Se hace la señal de la cruz.
2. Oración inicial.
San José, que con amor trabajaste la madera en esta vida pasajera, para proveer a tu familia el pan de cada día. Ahora que estás en el cielo con Cristo, enséñanos a reconocer, en el quehacer de cada día el camino hacia Dios. Amén.
LOS MISTERIOS
Primera virtud de san José (La esperanza)
Por el tiempo que esperaste a María, danos la virtud para saber esperar pacientemente en silencio y en la paz.
- Un Padrenuestro
- Siete “Ave José”: Dios te salve, oh José, esposo de María, Jesús y su Madre están contigo: bendito tú eres entre todos los hombres y bendito es Jesús, el Hijo de María. San José ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...
Jaculatoria: Amado S. José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Segunda virtud de san José (La castidad)
- Por aceptar desposar en castidad a María, danos la virtud para vivir en pureza y castidad.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Tercera virtud de san José (La docilidad)
Por aceptar la paternidad de Jesús, danos la virtud de hacer la voluntad de Dios.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Cuarta virtud de san José (La obediencia)
Por el día que dejaste todo para proteger a tu Hijo, danos la virtud de cumplir lo que Dios pida y vivir, como tú, en santa obediencia.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Quinta virtud de san José (La escucha)
Por el día que encontraste a Jesús hablando con sabiduría y lo escuchaste, danos la virtud de aprender a escuchar al que nos habla en nombre de Dios.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Oración final
¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a san José para esposo de tu Santísima Madre; te rogamos nos concedas tenerlo como intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Señor, ten misericordia de nosotros. (bis)
Cristo, ten misericordia de nosotros. (bis)
Señor, ten misericordia de nosotros. (bis)
Cristo óyenos. (bis)
Cristo escúchanos. (bis)
Dios Padre celestial, R. ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, R. ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, R. ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, R. ten misericordia de nosotros.
Santa María, R. ruega por nosotros.
San José,
Ilustre descendiente de David,
Luz de los Patriarcas,
Esposo de la Madre de Dios,
Casto guardián de la Virgen,
Padre nutricio del Hijo de Dios,
Celoso defensor de Cristo,
Jefe de la Sagrada Familia,
José, justísimo,
José, castísimo,
José, prudentísimo,
José, valentísimo,
José, fidelísimo,
Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de trabajadores,
Gloria de la vida doméstica,
Custodio de Vírgenes,
Sostén de las familias,
Consuelo de los desgraciados,
Esperanza de los enfermos,
Patrón de los moribundos,
Terror de los demonios,
Protector de la Santa Iglesia,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. ten misericordia de nosotros.
Concluimos el rosario a san José haciendo la señal de la cruz.
Rosario a San José
El rosario a san José es una devoción no muy difundida, aunque su origen se remonta al año 1871, cuando el B. Pío IX pidió promover la devoción a san José, esposo de la Virgen María. En él meditamos sobre la misión de S. José. Además de meditar las virtudes de san José, este rosario nos invita a mirar con sus ojos los distintos eventos que rodearon la vida de nuestro Salvador.
Hay diversas formas en la devoción popular para meditar los misterios: momentos de su vida junto a María y Jesús o, como aquí les presentamos, la opción que consiste en reflexionar sobre algunas virtudes del santo Patriarca o considerar los dolores y alegrías de S. José, como en los siete domingos.
El rosario a san José usualmente está compuesto por septenarios (cinco grupos de siete cuentas), separados por una cuenta entre grupo y grupo donde se anuncia el misterio.
Inicio
1. Se hace la señal de la cruz.
2. Oración inicial.
San José, que con amor trabajaste la madera en esta vida pasajera, para proveer a tu familia el pan de cada día. Ahora que estás en el cielo con Cristo, enséñanos a reconocer, en el quehacer de cada día el camino hacia Dios. Amén.
LOS MISTERIOS
Primera virtud de san José (La esperanza)
Por el tiempo que esperaste a María, danos la virtud para saber esperar pacientemente en silencio y en la paz.
- Un Padrenuestro
- Siete “Ave José”: Dios te salve, oh José, esposo de María, Jesús y su Madre están contigo: bendito tú eres entre todos los hombres y bendito es Jesús, el Hijo de María. San José ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...
Jaculatoria: Amado S. José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Segunda virtud de san José (La castidad)
- Por aceptar desposar en castidad a María, danos la virtud para vivir en pureza y castidad.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Tercera virtud de san José (La docilidad)
Por aceptar la paternidad de Jesús, danos la virtud de hacer la voluntad de Dios.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Cuarta virtud de san José (La obediencia)
Por el día que dejaste todo para proteger a tu Hijo, danos la virtud de cumplir lo que Dios pida y vivir, como tú, en santa obediencia.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Quinta virtud de san José (La escucha)
Por el día que encontraste a Jesús hablando con sabiduría y lo escuchaste, danos la virtud de aprender a escuchar al que nos habla en nombre de Dios.
- Un Padrenuestro, siete “Ave José”, Gloria...
- Jaculatoria: Amado san José haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré, la esperanza y caridad.
Oración final
¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a san José para esposo de tu Santísima Madre; te rogamos nos concedas tenerlo como intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Señor, ten misericordia de nosotros. (bis)
Cristo, ten misericordia de nosotros. (bis)
Señor, ten misericordia de nosotros. (bis)
Cristo óyenos. (bis)
Cristo escúchanos. (bis)
Dios Padre celestial, R. ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, R. ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, R. ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, R. ten misericordia de nosotros.
Santa María, R. ruega por nosotros.
San José,
Ilustre descendiente de David,
Luz de los Patriarcas,
Esposo de la Madre de Dios,
Casto guardián de la Virgen,
Padre nutricio del Hijo de Dios,
Celoso defensor de Cristo,
Jefe de la Sagrada Familia,
José, justísimo,
José, castísimo,
José, prudentísimo,
José, valentísimo,
José, fidelísimo,
Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de trabajadores,
Gloria de la vida doméstica,
Custodio de Vírgenes,
Sostén de las familias,
Consuelo de los desgraciados,
Esperanza de los enfermos,
Patrón de los moribundos,
Terror de los demonios,
Protector de la Santa Iglesia,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: R. ten misericordia de nosotros.
Concluimos el rosario a san José haciendo la señal de la cruz.
12 de septiembre de 2021
¿Qué podemos aprender de S. José según el papa Francisco?
1. Ser protectores de causas.
2. No tener miedo a la bondad y la ternura.
3. Una vez que oímos la voz de Dios, debemos actuar.
4. Acompañar en silencio, sin chismorrear.
5. No dejar de soñar.
¿Qué podemos aprender de S. José según el papa Francisco?
1. Ser protectores de causas.
2. No tener miedo a la bondad y la ternura.
3. Una vez que oímos la voz de Dios, debemos actuar.
4. Acompañar en silencio, sin chismorrear.
5. No dejar de soñar.
5 de septiembre de 2021
Modelo de laboriosidad
San José amaba su oficio. Seguramente se sentía orgulloso de pertenecer al gremio de los carpinteros. La situación económica de un artesano de pueblo no era demasiado brillante. José debía trabajar duro para socorrer las necesidades de la familia. Pero, en José, la dureza del trabajo no era ningún obstáculo para hacer del mismo una oración de alabanza al Padre.
Así lo describe Francisco Butiñá, diciendo que José sabía hermanar el trabajo y la oración, convirtiendo la tarea cotidiana en una alabanza: “Fácilmente hermanaba la oración con el trabajo, la vida activa con la contemplativa, sin impedimento ni cansancio” ... (Glorias de San José).
“Con la oración empezaba el día, con la oración la proseguía y al ir a tomar un ligero descanso, con la oración lo terminaba... Aunque ocupado en faenas exteriores no desistía de su oración interior, ni de alabar a Dios con los afectos devotos del alma sacados de la contemplación divina” (Glorias de San José).
En el taller de Nazaret, José toma consigo a Jesús para enseñarle el arte de la carpintería. José le transmite el gusto por el trabajo bien hecho, una enseñanza que cae en la mejor tierra.
Con San José reconocemos que el trabajo testimonia la dignidad del ser humano y su participación en la obra de la Creación. Es una ocasión para perfeccionar la propia personalidad, para servir a los demás, para contribuir al bien de la sociedad.
Francisco Butiñá, que contempló muchas veces a San José en el Taller, afirma que: “No es el trabajo ninguna humillación; al contrario, es el honor de los hombres de bien”...
Ante Dios, ninguna ocupación es grande ni pequeña. Todo adquiere su valor por el amor que se pone al realizarla. La dignidad del trabajo está fundada sobre el amor. El gran privilegio de la persona es poder amar lo que hace, hacer todas las cosas, todos los servicios, por amor. Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. Perseverar por amor en la realización de las pequeñas cosas de cada día, es casi un acto de heroísmo. Es en la simplicidad del trabajo ordinario, en los detalles de cada día, donde descubrimos aquello que está oculto a los ojos de muchas personas, el secreto que da grandeza y novedad a todo: el amor.
Para reflexionar y compartir:
¿Cuál es para mí el valor del trabajo?
¿Cómo realizo la tarea de cada día?
(cf. hijasdesanjose.org)
Modelo de laboriosidad
San José amaba su oficio. Seguramente se sentía orgulloso de pertenecer al gremio de los carpinteros. La situación económica de un artesano de pueblo no era demasiado brillante. José debía trabajar duro para socorrer las necesidades de la familia. Pero, en José, la dureza del trabajo no era ningún obstáculo para hacer del mismo una oración de alabanza al Padre.
Así lo describe Francisco Butiñá, diciendo que José sabía hermanar el trabajo y la oración, convirtiendo la tarea cotidiana en una alabanza: “Fácilmente hermanaba la oración con el trabajo, la vida activa con la contemplativa, sin impedimento ni cansancio” ... (Glorias de San José).
“Con la oración empezaba el día, con la oración la proseguía y al ir a tomar un ligero descanso, con la oración lo terminaba... Aunque ocupado en faenas exteriores no desistía de su oración interior, ni de alabar a Dios con los afectos devotos del alma sacados de la contemplación divina” (Glorias de San José).
En el taller de Nazaret, José toma consigo a Jesús para enseñarle el arte de la carpintería. José le transmite el gusto por el trabajo bien hecho, una enseñanza que cae en la mejor tierra.
Con San José reconocemos que el trabajo testimonia la dignidad del ser humano y su participación en la obra de la Creación. Es una ocasión para perfeccionar la propia personalidad, para servir a los demás, para contribuir al bien de la sociedad.
Francisco Butiñá, que contempló muchas veces a San José en el Taller, afirma que: “No es el trabajo ninguna humillación; al contrario, es el honor de los hombres de bien”...
Ante Dios, ninguna ocupación es grande ni pequeña. Todo adquiere su valor por el amor que se pone al realizarla. La dignidad del trabajo está fundada sobre el amor. El gran privilegio de la persona es poder amar lo que hace, hacer todas las cosas, todos los servicios, por amor. Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. Perseverar por amor en la realización de las pequeñas cosas de cada día, es casi un acto de heroísmo. Es en la simplicidad del trabajo ordinario, en los detalles de cada día, donde descubrimos aquello que está oculto a los ojos de muchas personas, el secreto que da grandeza y novedad a todo: el amor.
Para reflexionar y compartir:
¿Cuál es para mí el valor del trabajo?
¿Cómo realizo la tarea de cada día?
(cf. hijasdesanjose.org)
22 de agosto de 2021
San José, modelo de Padre
Para asegurar la protección paterna a Jesús, Dios elige a José como esposo de María y le confía la misión de ser su padre, custodio y protector; responsabilidad que debemos entender no solo le concierne a él, sino de todos nosotros, como miembros de la Iglesia. La figura paterna de José es silenciosa, discreta y con una gran dosis de obediencia para Dios. José es un hombre justo, de mucha fe, tiene un oído atento a las indicaciones del Señor, fue un silencioso y humilde servidor de Dios que desempeñó su rol cabalmente. Renunció siempre por obediencia a sus propios pensamientos. En el momento en que Herodes envía a matar al niño Jesús, atiende el mensaje del Ángel del Señor, se levanta de inmediato, toma a María y el Niño para huir. José aparece en las escrituras como el esposo y padre que acompaña a ambos en todo momento, los cuida, honra, sirve con gran esmero y amor. Según el Papa Francisco: “En los Evangelios, José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario”. José, indicó el Pontífice, “se hizo cargo de una paternidad que no era suya, que venía del Padre. Y llevó adelante la paternidad con todo lo que ello implicaba: no sólo sostener a María y al niño, sino también hacer crecer al niño, enseñarle el misterio, llevarlo a la madurez del hombre. José le enseñó al niño Jesús a leer la palabra de Dios, a orar, le llevaba a la sinagoga según las costumbres, le enseñó el valor del trabajo, por eso, Jesús es conocido también como: “el Carpintero”. San José fue una figura clave para la historia de la salvación. (cf. Encuentro Matrimonial Mundial, Costa Rica).
San José, modelo de Padre
Para asegurar la protección paterna a Jesús, Dios elige a José como esposo de María y le confía la misión de ser su padre, custodio y protector; responsabilidad que debemos entender no solo le concierne a él, sino de todos nosotros, como miembros de la Iglesia. La figura paterna de José es silenciosa, discreta y con una gran dosis de obediencia para Dios. José es un hombre justo, de mucha fe, tiene un oído atento a las indicaciones del Señor, fue un silencioso y humilde servidor de Dios que desempeñó su rol cabalmente. Renunció siempre por obediencia a sus propios pensamientos. En el momento en que Herodes envía a matar al niño Jesús, atiende el mensaje del Ángel del Señor, se levanta de inmediato, toma a María y el Niño para huir. José aparece en las escrituras como el esposo y padre que acompaña a ambos en todo momento, los cuida, honra, sirve con gran esmero y amor. Según el Papa Francisco: “En los Evangelios, José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario”. José, indicó el Pontífice, “se hizo cargo de una paternidad que no era suya, que venía del Padre. Y llevó adelante la paternidad con todo lo que ello implicaba: no sólo sostener a María y al niño, sino también hacer crecer al niño, enseñarle el misterio, llevarlo a la madurez del hombre. José le enseñó al niño Jesús a leer la palabra de Dios, a orar, le llevaba a la sinagoga según las costumbres, le enseñó el valor del trabajo, por eso, Jesús es conocido también como: “el Carpintero”. San José fue una figura clave para la historia de la salvación. (cf. Encuentro Matrimonial Mundial, Costa Rica).
30 de mayo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel.
Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios», esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los mandatos de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José».
31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad».
Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la Iglesia —como he recordado al comienzo— implora la protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.
Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad». Aún hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a san José.
32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano.
El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios», hacia la «economía de la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo «confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes» aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la «economía de la salvación». Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.
El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido también introducido en el «comienzo» de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la «plenitud de los tiempos», que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel.
Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios», esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los mandatos de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José».
31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad».
Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la Iglesia —como he recordado al comienzo— implora la protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.
Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad». Aún hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a san José.
32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano.
El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios», hacia la «economía de la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo «confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes» aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la «economía de la salvación». Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.
El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido también introducido en el «comienzo» de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la «plenitud de los tiempos», que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo.
23 de mayo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica». El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias».
¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo».
29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que —como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici— la religión y la vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura prueba». Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica». El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias».
¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo».
29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que —como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici— la religión y la vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura prueba». Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.
15 de mayo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR
25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo, permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.
26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta».
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.
27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia».
Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44).
El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el «misterio» de gracia contenido en tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad.
Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior.
Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis), podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR
25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo, permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.
26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta».
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.
27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia».
Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44).
El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el «misterio» de gracia contenido en tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad.
Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior.
Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis), podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.
9 de mayo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR
22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2,51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.
23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».
La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey».
24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR
22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2,51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.
23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».
La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey».
24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».
2 de mayo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.
«José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo, que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida del propio corazón humano.
20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo», que es comunión de amor entre Dios y los hombres.
Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.
Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella».
21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José.
En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.
«José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo, que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida del propio corazón humano.
20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo», que es comunión de amor entre Dios y los hombres.
Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.
Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella».
21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José.
En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad.
25 de abril de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
Damos un salto de algunos párrafos y llegamos a éstos:
EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1,19).
Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52).
18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1,27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef 3,9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».
El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios.
Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».
Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1,27).
Oración a S. José por las vocaciones sacerdotales
¡Oh San José!, fiel, casto y justo esposo de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, dígnate concedernos tu poderosa intercesión, para que Dios Padre envíe más obreros a su mies, verdaderas y santas vocaciones al sacerdocio.
Custodia las vocaciones de los que han sido llamados a vivir en el mundo sin ser de este mundo, para que sepan renunciar a los placeres y pasiones del mundo, para servir en total pobreza, castidad y obediencia a la voluntad de Dios, y sean configurados con Cristo, y por Él, con Él y en Él, sean unidos a la Santísima Trinidad por los lazos indisolubles del Espíritu.
Consíguenos para ellos, por tus méritos y tu ejemplo, los dones y gracias que necesitan para que ejerzan un ministerio santo, cumpliendo en virtud y perfección las promesas de pobreza, castidad y obediencia, que en conciencia y libre voluntad hicieron a Dios el día de su ordenación, cuando al ser desposados con la Santa Iglesia se comprometieron a servirla en total fidelidad y entrega.
Te pedimos, ¡oh benigno y sapientísimo protector!, que custodies los corazones de nuestros seminaristas y sacerdotes, para que sean preservados en la inocencia, en la pureza y en el celo apostólico del amor, y sean íntegros, virtuosos y santos.
Imploramos a ti, San José, esposo de nuestra Madre Santísima, virgen, inmaculada y pura, que acojas y adoptes a cada vocación como a tu hijo Jesús, y lo dirijas y lo enseñes a construir su cruz, con su trabajo y su esfuerzo diario, renunciando a sí mismo, para abrazarla y seguir a Jesús, para con él ser Cristo, y conducir a todas las almas a Dios, en la esperanza de la gloria en su resurrección. Amén.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
Damos un salto de algunos párrafos y llegamos a éstos:
EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1,19).
Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52).
18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1,27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef 3,9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».
El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios.
Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».
Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1,27).
Oración a S. José por las vocaciones sacerdotales
¡Oh San José!, fiel, casto y justo esposo de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, dígnate concedernos tu poderosa intercesión, para que Dios Padre envíe más obreros a su mies, verdaderas y santas vocaciones al sacerdocio.
Custodia las vocaciones de los que han sido llamados a vivir en el mundo sin ser de este mundo, para que sepan renunciar a los placeres y pasiones del mundo, para servir en total pobreza, castidad y obediencia a la voluntad de Dios, y sean configurados con Cristo, y por Él, con Él y en Él, sean unidos a la Santísima Trinidad por los lazos indisolubles del Espíritu.
Consíguenos para ellos, por tus méritos y tu ejemplo, los dones y gracias que necesitan para que ejerzan un ministerio santo, cumpliendo en virtud y perfección las promesas de pobreza, castidad y obediencia, que en conciencia y libre voluntad hicieron a Dios el día de su ordenación, cuando al ser desposados con la Santa Iglesia se comprometieron a servirla en total fidelidad y entrega.
Te pedimos, ¡oh benigno y sapientísimo protector!, que custodies los corazones de nuestros seminaristas y sacerdotes, para que sean preservados en la inocencia, en la pureza y en el celo apostólico del amor, y sean íntegros, virtuosos y santos.
Imploramos a ti, San José, esposo de nuestra Madre Santísima, virgen, inmaculada y pura, que acojas y adoptes a cada vocación como a tu hijo Jesús, y lo dirijas y lo enseñes a construir su cruz, con su trabajo y su esfuerzo diario, renunciando a sí mismo, para abrazarla y seguir a Jesús, para con él ser Cristo, y conducir a todas las almas a Dios, en la esperanza de la gloria en su resurrección. Amén.
19 de abril de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8,28s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1,18-25; Lc 1,26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1,16.18-20.24; Lc 1,27;2,5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne». En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento», elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida».
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa»; es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica», donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas».
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación». Su paternidad se ha expresado concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa».
La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres», precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito». León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre».
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer».
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3,15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor», aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8,28s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1,18-25; Lc 1,26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1,16.18-20.24; Lc 1,27;2,5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne». En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento», elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida».
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa»; es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica», donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas».
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación». Su paternidad se ha expresado concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa».
La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres», precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito». León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre».
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer».
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3,15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor», aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
10 de abril de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS
4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» y «precedió» a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él». La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos», cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)».
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe», a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular.
6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí». Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS
4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» y «precedió» a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él». La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos», cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)».
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe», a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular.
6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí». Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires.
21 de marzo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia
El matrimonio con María
2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).
En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia.
El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María «por obra del Espíritu Santo» encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del nacimiento de Jesús: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1, 26-27). Las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 30-32).
El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este «desposorio» es explicada indirectamente, cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo, pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Entonces le llega esta respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María, si bien ya estaba «desposada» con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1,18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se halló «encinta por obra del Espíritu Santo», este hecho corresponde a todo el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José «encinta», como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.
3. A la vista de esto «su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1,19), pues no sabía cómo comportarse ante la «sorprendente» maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando «reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados"» (Mt 1,20-21).
Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su «esposa», permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre: Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva.
El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.
«Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia
El matrimonio con María
2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).
En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia.
El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María «por obra del Espíritu Santo» encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del nacimiento de Jesús: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1, 26-27). Las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 30-32).
El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este «desposorio» es explicada indirectamente, cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo, pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Entonces le llega esta respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María, si bien ya estaba «desposada» con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1,18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se halló «encinta por obra del Espíritu Santo», este hecho corresponde a todo el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José «encinta», como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.
3. A la vista de esto «su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1,19), pues no sabía cómo comportarse ante la «sorprendente» maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando «reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados"» (Mt 1,20-21).
Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su «esposa», permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre: Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva.
El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.
«Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.
14 de marzo de 2021
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia
INTRODUCCIÓN
1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.
En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII, y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos», Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.
De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación.
Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.
Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).
De la Exhortación Apostólica Redemptoris custos de S. Juan Pablo II. Sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia
INTRODUCCIÓN
1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.
En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII, y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos», Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.
De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación.
Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.
Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).
7 de marzo de 2021
De la encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII
5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primera instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos.
6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal, Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá de la mera letra de la ley— disponemos que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada una oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países, consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación.
De la encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII
5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primera instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos.
6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal, Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá de la mera letra de la ley— disponemos que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada una oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países, consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación.
28 de febrero de 2021
De la encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII
3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres. De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de “Salvador del mundo”. Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y a la vez brindó grandes servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.
De la encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII
3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres. De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de “Salvador del mundo”. Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y a la vez brindó grandes servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.
21 de febrero de 2021
El 15 de agosto de 1889 el Papa León XIII publicó la encíclica Quamquam pluries sobre la devoción a san José. Vayamos leyendo lo que el Papa enseñó en la misma.
1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante periodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades de este mes, si es posible, con aún mayor piedad y constancia que hasta ahora. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No, por el contrario, creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro predecesor, proclamase, dando su consentimiento a la solicitud de un gran número de obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.
El 15 de agosto de 1889 el Papa León XIII publicó la encíclica Quamquam pluries sobre la devoción a san José. Vayamos leyendo lo que el Papa enseñó en la misma.
1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante periodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades de este mes, si es posible, con aún mayor piedad y constancia que hasta ahora. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No, por el contrario, creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro predecesor, proclamase, dando su consentimiento a la solicitud de un gran número de obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.
14 de febrero de 2021
De la carta apostólica Le voci de S. Juan XXIII sobre el fomento de la devoción a S. José. Ante la proximidad del Concilio Vaticano II, el Papa termina la misma aludiendo a este acontecimiento y relacionándolo con S. José.
El Concilio, al servicio de todas las almas
[...] el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en él por esa circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana que haga más fácil y expedita la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos de la vida presente y asegure las riquezas de los siglos eternos.
Por eso, todos están interesados en el Concilio, eclesiásticos y seglares, grandes y pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores, y si se señala un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede confiárselo mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia.
Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último siglo de nuestra historia, como nos ocurre a Nos, ¡cómo nos conmueven todavía los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y tranquila de expresarse! Tales palabras nos vienen a las mientes precisamente de un discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como gustaba de invocarle.
“Es sugestivo —decía— contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a otra dos magníficas figuras unidas en los comienzos de la Iglesia: en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como el león rugiente o como el amigo que goza de la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del Maestro divino las magníficas palabras: “Id y enseñad a todo el mundo”, y a él personalmente: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, misión grande, divinamente fastuosa y clamorosa.”
Así habló Pío XI y luego prosiguió muy acertadamente: “Entre estos grandes personajes, entre estas dos misiones, he aquí que aparece la persona y la misión de San José, que pasa, en cambio, recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la humildad, en el silencio; silencio que sólo debía romperse más tarde, silencio al que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los siglos” (Discursos de Pío XI, vol. I, p. 780).
Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II!
Aquí es donde deseamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante en las solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención.
Sabéis muy bien que se trabaja en la primera fase de la organización del Concilio con paz, actividad y consuelo. Por centenares se suceden en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los países del mundo, distribuidos en secciones diferentes y ordenadas, cada una entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en una serie de impresionantes obras que aportan el pensamiento, la experiencia, las sugerencias recogidas por la inteligencia, la sabiduría, el vibrante fervor apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en el pasado, presente y futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones. Esto por lo que toca a nuestra parte humana. De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando intensamente con la oración, con el esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea prueba de la disposición bien determinada por parte de cada uno de aplicar, después, las enseñanzas y directrices que serán proclamados al término feliz del gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz.
¡Venerables hermanos y queridos hijos! El pensamiento luminoso del Papa Pío XI del 19 de marzo de 1928 nos acompaña todavía. Aquí en Roma la sacrosanta Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautismo, pero en el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la Cristiandad, también hay un altar para San José, y proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor, más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma e innumerables muchedumbres. Bajo estas celestes bóvedas es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe, incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico.
¡Oh San José! Aquí está tu puesto como Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de nuestros inmediatos Predecesores del siglo pasado, de Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y suave amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de nuestra Pontificado.
De la carta apostólica Le voci de S. Juan XXIII sobre el fomento de la devoción a S. José. Ante la proximidad del Concilio Vaticano II, el Papa termina la misma aludiendo a este acontecimiento y relacionándolo con S. José.
El Concilio, al servicio de todas las almas
[...] el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en él por esa circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana que haga más fácil y expedita la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos de la vida presente y asegure las riquezas de los siglos eternos.
Por eso, todos están interesados en el Concilio, eclesiásticos y seglares, grandes y pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores, y si se señala un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede confiárselo mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia.
Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último siglo de nuestra historia, como nos ocurre a Nos, ¡cómo nos conmueven todavía los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y tranquila de expresarse! Tales palabras nos vienen a las mientes precisamente de un discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como gustaba de invocarle.
“Es sugestivo —decía— contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a otra dos magníficas figuras unidas en los comienzos de la Iglesia: en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como el león rugiente o como el amigo que goza de la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del Maestro divino las magníficas palabras: “Id y enseñad a todo el mundo”, y a él personalmente: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, misión grande, divinamente fastuosa y clamorosa.”
Así habló Pío XI y luego prosiguió muy acertadamente: “Entre estos grandes personajes, entre estas dos misiones, he aquí que aparece la persona y la misión de San José, que pasa, en cambio, recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la humildad, en el silencio; silencio que sólo debía romperse más tarde, silencio al que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los siglos” (Discursos de Pío XI, vol. I, p. 780).
Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II!
Aquí es donde deseamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante en las solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención.
Sabéis muy bien que se trabaja en la primera fase de la organización del Concilio con paz, actividad y consuelo. Por centenares se suceden en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los países del mundo, distribuidos en secciones diferentes y ordenadas, cada una entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en una serie de impresionantes obras que aportan el pensamiento, la experiencia, las sugerencias recogidas por la inteligencia, la sabiduría, el vibrante fervor apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en el pasado, presente y futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones. Esto por lo que toca a nuestra parte humana. De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando intensamente con la oración, con el esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea prueba de la disposición bien determinada por parte de cada uno de aplicar, después, las enseñanzas y directrices que serán proclamados al término feliz del gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz.
¡Venerables hermanos y queridos hijos! El pensamiento luminoso del Papa Pío XI del 19 de marzo de 1928 nos acompaña todavía. Aquí en Roma la sacrosanta Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautismo, pero en el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la Cristiandad, también hay un altar para San José, y proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor, más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma e innumerables muchedumbres. Bajo estas celestes bóvedas es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe, incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico.
¡Oh San José! Aquí está tu puesto como Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de nuestros inmediatos Predecesores del siglo pasado, de Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y suave amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de nuestra Pontificado.
7 de febrero del 2021
De la carta apostólica Le voci de S. Juan XXIII sobre el fomento de la devoción a S. José. (cont.). El Papa recorre lo enseñado por algunos pontífices sobre el santo patriarca. La semana pasada vimos hasta S. Pío X. seguimos hoy con otros.
Benedicto XV
Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del Santo Patriarca. En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la Misa, precisamente el de San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos decretos del mismo día, 9 de abril de 1919 (AAS. XI [1919], p. 190-191), como invitando a una unión y fusión de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa familia humana afligida por universal consternación por las innumerables víctimas de la guerra devastadora. ¡Qué triste pero al mismo tiempo qué dulce y feliz unión: San José por una parte y el “signifer sanctus Michaël” por otra, ambos en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor “in lucem sanctam”!
Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en el cincuenta aniversario, que se preparaba entonces, de la proclamación —que ya llevó a cabo Pío IX— de San José como Patrono de la Iglesia universal y volvió sobre ello iluminando con doctrina teológica con el Motu proprio Bonum sane (25 de julio de 1920; AAS, XII [1920], p. 313), que respiraba todo él amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades y como consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y por las que el Papa Benedicto XV quiso recomendar a los Obispos y a las numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo implorasen la protección de San José, patrono de los moribundos!
Pío XI y Pío XII
Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la devoción al Santo Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII, ambos de cara y venerable memoria, continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y elevando.
Cuatro veces por lo menos Pío XI en alocuciones solemnes, al exponer la vida de nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo —por ejemplo en 1928 (Discursos de Pío XI, S. E. I. vol I, 1922-1928, p. 779-780) y luego en 1935 y aun en 1937— aprovechó la oportunidad para ensalzar los muchos ejemplos de que está adornada la fisonomía espiritual del Custodio de Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial, que tiende a la ruina de las naciones cristianas.
También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por ejemplo, cuando el 10 de abril de 1940 (Discursos y Radiomensajes de Pío XII, vol. II, p. 65-69) invitaba a los recién casados a ponerse bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 1945 (ibid., vol. VII, p. 5-10) invitaba a los afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 1955 (ibid., vol. XVII, p. 71-76 anunciaba la institución de la fiesta anual de San José Artesano. De hecho, esta fiesta, de tan reciente institución, fijada para el 1 de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo marcará de ahora en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.
El mismo Padre Santo Pío XII se congratuló en adornar como con una preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su recitación con copiosas indulgencias; una oración de carácter eminentemente profesional y social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos es “ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal”. Entre otras cosas en ella se dice: “Sednos propicio, oh San José, en los momentos de prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro esfuerzo, pero sednos propicio sobre todo y sostenednos en las horas de tristeza, cuando parece que el cielo se cierra sobre nosotros y hasta los instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos” (ibid. vol. XX, p. 535).
¡Venerables hermanos y queridos hijos! Estos recuerdos de historia y piedad religiosa nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico, justamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la sagrada liturgia. Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor, la Virgen Bendita y los Santos esperan nuestras confidencias y es muy natural que éstas traten de lo que conviene mejor a las solicitudes de la Iglesia católica universal.
De la carta apostólica Le voci de S. Juan XXIII sobre el fomento de la devoción a S. José. (cont.). El Papa recorre lo enseñado por algunos pontífices sobre el santo patriarca. La semana pasada vimos hasta S. Pío X. seguimos hoy con otros.
Benedicto XV
Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del Santo Patriarca. En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la Misa, precisamente el de San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos decretos del mismo día, 9 de abril de 1919 (AAS. XI [1919], p. 190-191), como invitando a una unión y fusión de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa familia humana afligida por universal consternación por las innumerables víctimas de la guerra devastadora. ¡Qué triste pero al mismo tiempo qué dulce y feliz unión: San José por una parte y el “signifer sanctus Michaël” por otra, ambos en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor “in lucem sanctam”!
Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en el cincuenta aniversario, que se preparaba entonces, de la proclamación —que ya llevó a cabo Pío IX— de San José como Patrono de la Iglesia universal y volvió sobre ello iluminando con doctrina teológica con el Motu proprio Bonum sane (25 de julio de 1920; AAS, XII [1920], p. 313), que respiraba todo él amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades y como consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y por las que el Papa Benedicto XV quiso recomendar a los Obispos y a las numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo implorasen la protección de San José, patrono de los moribundos!
Pío XI y Pío XII
Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la devoción al Santo Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII, ambos de cara y venerable memoria, continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y elevando.
Cuatro veces por lo menos Pío XI en alocuciones solemnes, al exponer la vida de nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo —por ejemplo en 1928 (Discursos de Pío XI, S. E. I. vol I, 1922-1928, p. 779-780) y luego en 1935 y aun en 1937— aprovechó la oportunidad para ensalzar los muchos ejemplos de que está adornada la fisonomía espiritual del Custodio de Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial, que tiende a la ruina de las naciones cristianas.
También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por ejemplo, cuando el 10 de abril de 1940 (Discursos y Radiomensajes de Pío XII, vol. II, p. 65-69) invitaba a los recién casados a ponerse bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 1945 (ibid., vol. VII, p. 5-10) invitaba a los afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 1955 (ibid., vol. XVII, p. 71-76 anunciaba la institución de la fiesta anual de San José Artesano. De hecho, esta fiesta, de tan reciente institución, fijada para el 1 de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo marcará de ahora en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.
El mismo Padre Santo Pío XII se congratuló en adornar como con una preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su recitación con copiosas indulgencias; una oración de carácter eminentemente profesional y social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos es “ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal”. Entre otras cosas en ella se dice: “Sednos propicio, oh San José, en los momentos de prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro esfuerzo, pero sednos propicio sobre todo y sostenednos en las horas de tristeza, cuando parece que el cielo se cierra sobre nosotros y hasta los instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos” (ibid. vol. XX, p. 535).
¡Venerables hermanos y queridos hijos! Estos recuerdos de historia y piedad religiosa nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico, justamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la sagrada liturgia. Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor, la Virgen Bendita y los Santos esperan nuestras confidencias y es muy natural que éstas traten de lo que conviene mejor a las solicitudes de la Iglesia católica universal.
31 de enero de 2021
Año de San José
Este año el Papa lo ha dedicado a S. José con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia, podemos ir viendo las enseñanzas de otros Papas sobre el Patriarca.
S. Juan XXIII escribió la carta apostólica Le voci sobre el fomento de la devoción a S. José. Veamos algo de la misma.
San José en los documentos de los Pontífices del siglo pasado
Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse en Roma (1869-1870), entregaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San José. Ante todo, se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres obispos. El otro, suscrito por cuarenta y tres superiores generales de Órdenes religiosas, abogaba por la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia universal (Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum-Collectio Lacensis, tomo VII, colo. 856-857).
Pío IX
Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado (10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José el domingo III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio Vaticano, interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase. (Decr. Quemadmodum Deus, 8 de diciembre de 1870; Acta Pii IX, P.M., t.5, Roma 1873, p. 282.)
Fue aquél —el del 8 de diciembre de 1870— un breve pero gracioso y admirable Decreto “Urbi et Orbi” verdaderamente digno del Ad perpetuam rei memoríam que abrió un venero de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores de Pío IX.
León XIII
Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que publica en la fiesta de la Asunción en 1889 la carta Quamquam pluries (Acta Leonis XIII P.M., Roma,1880, p.175-180), el documento más amplio y extenso que un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado con su luz característica de modelo de padres de familia y de trabajadores. De aquí arranca la hermosa oración: «A ti, Bienaventurado San José», qué impregnó de tanta dulzura nuestra niñez.
San Pío X
El Santo Pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras muchas de devoción y amor a San José, aceptando gustosamente la dedicatoria, que le hizo, de un tratado que expone su culto (Epist, ad R.P.A Lepicier O.S.M., 12 de febrero de 1908; Acta Pii X,P.M.,Roma,1914,.p.168-69); multiplicando el tesoro de las Indulgencias en la recitación de las Letanías, tan caras y dulces de recitar. ¡Qué bien suenan las palabras de esta concesión! “Sanctissimus Dominus Noster Pius Papa X inclytum patriarcham S. Joseph, divini Redemptoris, patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum, —y observad su delicado sentimiento personal— cuius glorioso nomine a nativitate decoratur, peculiari atque constante religione ae pietate complectitur”. (AAS. I [1909] p. 220), y las otras con que anunció el motivo de nuevas gracias concedidas: “ad augendum cultum erga S. Joseph, Ecelesiae universalis Patronum” (Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911; AAS.III[1911], p.351).
(seguirá)
Año de San José
Este año el Papa lo ha dedicado a S. José con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia, podemos ir viendo las enseñanzas de otros Papas sobre el Patriarca.
S. Juan XXIII escribió la carta apostólica Le voci sobre el fomento de la devoción a S. José. Veamos algo de la misma.
San José en los documentos de los Pontífices del siglo pasado
Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse en Roma (1869-1870), entregaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San José. Ante todo, se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres obispos. El otro, suscrito por cuarenta y tres superiores generales de Órdenes religiosas, abogaba por la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia universal (Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum-Collectio Lacensis, tomo VII, colo. 856-857).
Pío IX
Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado (10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José el domingo III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio Vaticano, interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase. (Decr. Quemadmodum Deus, 8 de diciembre de 1870; Acta Pii IX, P.M., t.5, Roma 1873, p. 282.)
Fue aquél —el del 8 de diciembre de 1870— un breve pero gracioso y admirable Decreto “Urbi et Orbi” verdaderamente digno del Ad perpetuam rei memoríam que abrió un venero de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores de Pío IX.
León XIII
Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que publica en la fiesta de la Asunción en 1889 la carta Quamquam pluries (Acta Leonis XIII P.M., Roma,1880, p.175-180), el documento más amplio y extenso que un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado con su luz característica de modelo de padres de familia y de trabajadores. De aquí arranca la hermosa oración: «A ti, Bienaventurado San José», qué impregnó de tanta dulzura nuestra niñez.
San Pío X
El Santo Pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras muchas de devoción y amor a San José, aceptando gustosamente la dedicatoria, que le hizo, de un tratado que expone su culto (Epist, ad R.P.A Lepicier O.S.M., 12 de febrero de 1908; Acta Pii X,P.M.,Roma,1914,.p.168-69); multiplicando el tesoro de las Indulgencias en la recitación de las Letanías, tan caras y dulces de recitar. ¡Qué bien suenan las palabras de esta concesión! “Sanctissimus Dominus Noster Pius Papa X inclytum patriarcham S. Joseph, divini Redemptoris, patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum, —y observad su delicado sentimiento personal— cuius glorioso nomine a nativitate decoratur, peculiari atque constante religione ae pietate complectitur”. (AAS. I [1909] p. 220), y las otras con que anunció el motivo de nuevas gracias concedidas: “ad augendum cultum erga S. Joseph, Ecelesiae universalis Patronum” (Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911; AAS.III[1911], p.351).
(seguirá)
24 de enero de 2021
Este año el Papa lo ha dedicado a S. José con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia. Esto lo hizo el B. Pío IX con el decreto Quemadmodum Deus (8/dic/1870). El mismo reza así:
Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó señor y príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos. Porque tuvo por esposa a la inmaculada virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació nuestro señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel comería como pan bajado del cielo para la vida eterna.
Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la virgen madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia.
Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia. Y al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y votos durante el santo concilio ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró Patrono de la Iglesia Católica. Y ordenó que se su fiesta del 19 de marzo se celebrara en lo sucesivo con rito doble de primera clase, sin octava por motivo de caer en cuaresma. También dispuso que esta declaración se publicara por el presente decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen madre de Dios y esposa del castísimo José.
(cf. www.traditio-op.org)
Este año el Papa lo ha dedicado a S. José con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia. Esto lo hizo el B. Pío IX con el decreto Quemadmodum Deus (8/dic/1870). El mismo reza así:
Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó señor y príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos. Porque tuvo por esposa a la inmaculada virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació nuestro señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel comería como pan bajado del cielo para la vida eterna.
Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la virgen madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia.
Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia. Y al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y votos durante el santo concilio ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró Patrono de la Iglesia Católica. Y ordenó que se su fiesta del 19 de marzo se celebrara en lo sucesivo con rito doble de primera clase, sin octava por motivo de caer en cuaresma. También dispuso que esta declaración se publicara por el presente decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen madre de Dios y esposa del castísimo José.
(cf. www.traditio-op.org)
17 de enero de 2021
San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el santo de la sencillez, el santo del silencio. Y se podría seguir enumerando los calificativos de su santidad y todos sus atributos de este hombre que Dios llamó a vivir de una manera sencilla y su respuesta total a la realización del proyecto de salvación de Dios.
Para hablar de San José, es necesario hablar del silencio, pues es el santo del silencio, porque desde ahí supo contemplar el misterio del plan de Dios y porque solo en el silencio se encuentra lo que se ama. Solo en el silencio amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros.
Bien podemos decir que San José es el santo modelo de la fe, porque supo esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.
Siempre a la escucha de la voz de Dios, siempre dispuesto a obedecer a Dios, a pesar de que, más de una vez, las cosas que se le mandaban no eran fáciles de aceptar.
La simplicidad de vida, el sentido común vivido con amor, haciendo ordinarias las cosas más extraordinarias… y viviendo extraordinariamente lo ordinario, porque todo lo vivió en referencia al Padre.
Hoy que hemos avanzado en el conocimiento de las ciencias naturales o en las ciencias humanas, parece que hemos perdido el sentido común también en la vida espiritual y nos cuestionamos cómo hemos de vivir el Evangelio, como se puede tener certeza de que estoy obrando bien, y llegamos a reducir la vida del Evangelio con portarse bien… y nos olvidamos que lo importante es amar y como consecuencia del amor está el portarse bien.
Sentido común en la vida espiritual es vivir con docilidad la Voluntad del Padre, es vivir con corazón agradecido por las bendiciones que de Dios hemos recibido, es ser conscientes de la misión personal que se nos ha encomendado y ser fieles a ese llamamiento.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir nuestra esperanza con la confianza de las promesas que se nos han hecho y vivir cada instante de vida en el amor, sabedores que solo el amor hace eterno el instante.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la simplicidad de vida con la madurez del realismo, que se traduce en esa conciencia de que se es capaz de amar y de ser amado. Para hacer de cada acción, de cada instante, el punto de llegada y el punto de partida de la realización de la promesa.
San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que le hemos sido confiados.
(cf. P. Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net)
San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el santo de la sencillez, el santo del silencio. Y se podría seguir enumerando los calificativos de su santidad y todos sus atributos de este hombre que Dios llamó a vivir de una manera sencilla y su respuesta total a la realización del proyecto de salvación de Dios.
Para hablar de San José, es necesario hablar del silencio, pues es el santo del silencio, porque desde ahí supo contemplar el misterio del plan de Dios y porque solo en el silencio se encuentra lo que se ama. Solo en el silencio amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros.
Bien podemos decir que San José es el santo modelo de la fe, porque supo esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.
Siempre a la escucha de la voz de Dios, siempre dispuesto a obedecer a Dios, a pesar de que, más de una vez, las cosas que se le mandaban no eran fáciles de aceptar.
La simplicidad de vida, el sentido común vivido con amor, haciendo ordinarias las cosas más extraordinarias… y viviendo extraordinariamente lo ordinario, porque todo lo vivió en referencia al Padre.
Hoy que hemos avanzado en el conocimiento de las ciencias naturales o en las ciencias humanas, parece que hemos perdido el sentido común también en la vida espiritual y nos cuestionamos cómo hemos de vivir el Evangelio, como se puede tener certeza de que estoy obrando bien, y llegamos a reducir la vida del Evangelio con portarse bien… y nos olvidamos que lo importante es amar y como consecuencia del amor está el portarse bien.
Sentido común en la vida espiritual es vivir con docilidad la Voluntad del Padre, es vivir con corazón agradecido por las bendiciones que de Dios hemos recibido, es ser conscientes de la misión personal que se nos ha encomendado y ser fieles a ese llamamiento.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir nuestra esperanza con la confianza de las promesas que se nos han hecho y vivir cada instante de vida en el amor, sabedores que solo el amor hace eterno el instante.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la simplicidad de vida con la madurez del realismo, que se traduce en esa conciencia de que se es capaz de amar y de ser amado. Para hacer de cada acción, de cada instante, el punto de llegada y el punto de partida de la realización de la promesa.
San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que le hemos sido confiados.
(cf. P. Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net)
Sobre nuestra imagen de San José
Su artista es Jorge Luis Villalba Terán, de Ibarra, Ecuador. Es bachiller en ciencias, además de escultor. Comenzó como aprendiz en el taller de escultura de su tío materno D. José Terán Rivadeneira.
Vista la demanda de sus trabajos abrió un taller en el que ha llegado a tener 60 trabajadores llegando a ser el taller más grande y sólido de San Antonio de Ibarra con operarios y aprendices.
Ha realizado trabajos para los 5 continentes. Ha recibido el premio como máximo exportador del Ecuador en la rama de artesanías.
En el 2014 fue seleccionado para representar al Ecuador en el evento internacional en China denominado WORLD WOOD DAY que contó con la participación de escultores de 60 países del mundo, su escultura fue nominada como la mejor del evento. El mismo año participó en el concurso más importante a nivel mundial International Wood Sculpture Competition en Taiwan obteniendo el 2º lugar con su escultura llamado “Cristo de los bosques”.
En 2015 volvió a participar en Taiwan y su obra MELODÍA DE AMOR fue escogida entre las 16 finalistas. En 2016 recibió una placa de reconocimiento por la CASA DE LA CULTURA NÚCLEO DE IMBABURA por su aporte al Arte y la Escultura.
En 2017 participó en World Wood Day en California evento que reunió a 122 países.
En el año 2019 fue galardonado con la Micro biografía JORGE LUIS VILLALBA Y SUS ESCULTURAS MISTICAS realizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” Núcleo de Imbabura.
EN 2020 participó en el Evento mundial 2020 TAIWAN INTERNATIONAL WOOD SCULPTURE COMPETITION con dos esculturas “Juanita” y “La Última gota”, quedando entre los 16 finalistas del evento.
Ese mismo año con su obra “Amor Sin Fronteras” ganó la medalla otorgada por C.I.D.A.P. CENTRO INTERAMERICANO DE ARTESANÍAS Y ARTES POPULARES como Primero Gran Maestro de la Escultura Ecuatoriana CUENCA-2020.
2021 su obra “Amor en Tiempos de Desesperanza” alcanza el Segundo lugar en la I BIENAL INTERNACIONAL DE ESCULTURA organizada por el museo Luis A Noboa de la ciudad de Guayaquil, bienal que contó con la participación de 17 países.
Su artista es Jorge Luis Villalba Terán, de Ibarra, Ecuador. Es bachiller en ciencias, además de escultor. Comenzó como aprendiz en el taller de escultura de su tío materno D. José Terán Rivadeneira.
Vista la demanda de sus trabajos abrió un taller en el que ha llegado a tener 60 trabajadores llegando a ser el taller más grande y sólido de San Antonio de Ibarra con operarios y aprendices.
Ha realizado trabajos para los 5 continentes. Ha recibido el premio como máximo exportador del Ecuador en la rama de artesanías.
En el 2014 fue seleccionado para representar al Ecuador en el evento internacional en China denominado WORLD WOOD DAY que contó con la participación de escultores de 60 países del mundo, su escultura fue nominada como la mejor del evento. El mismo año participó en el concurso más importante a nivel mundial International Wood Sculpture Competition en Taiwan obteniendo el 2º lugar con su escultura llamado “Cristo de los bosques”.
En 2015 volvió a participar en Taiwan y su obra MELODÍA DE AMOR fue escogida entre las 16 finalistas. En 2016 recibió una placa de reconocimiento por la CASA DE LA CULTURA NÚCLEO DE IMBABURA por su aporte al Arte y la Escultura.
En 2017 participó en World Wood Day en California evento que reunió a 122 países.
En el año 2019 fue galardonado con la Micro biografía JORGE LUIS VILLALBA Y SUS ESCULTURAS MISTICAS realizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” Núcleo de Imbabura.
EN 2020 participó en el Evento mundial 2020 TAIWAN INTERNATIONAL WOOD SCULPTURE COMPETITION con dos esculturas “Juanita” y “La Última gota”, quedando entre los 16 finalistas del evento.
Ese mismo año con su obra “Amor Sin Fronteras” ganó la medalla otorgada por C.I.D.A.P. CENTRO INTERAMERICANO DE ARTESANÍAS Y ARTES POPULARES como Primero Gran Maestro de la Escultura Ecuatoriana CUENCA-2020.
2021 su obra “Amor en Tiempos de Desesperanza” alcanza el Segundo lugar en la I BIENAL INTERNACIONAL DE ESCULTURA organizada por el museo Luis A Noboa de la ciudad de Guayaquil, bienal que contó con la participación de 17 países.