Lo que nos dice el Papa Francisco sobre el Adviento
1. Jesús regresará, lo ha prometido. El Señor vendrá a salvarnos por eso hay que esperarlo con alegría incluso en medio de las tribulaciones.
2. Debemos estar atentos. Debemos vigilar, sin distraernos. La vigilancia significa: no permitir que el corazón esté perezoso y que la vida espiritual se ablande en la mediocridad. No podemos ser cristianos adormecidos o anestesiados por la mundanidad espiritual; sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración, que rezan como papagayos, sin entusiasmo por la misión, sin pasión por el Evangelio. Cristianos que miran siempre hacia adentro, incapaces de mirar el horizonte. Y esto nos lleva a “dormitar”: a seguir con las cosas por inercia, a caer en la apatía, indiferentes a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Y esta es una vida triste, andar así… no hay felicidad allí.
3. Hay que estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados por las cargas de la vida.
4. Preguntémonos: ¿qué pesa en mi corazón? ¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios, cuáles son los vicios que me aplastan y me impiden levantar la cabeza? ¿Estoy atento o soy indiferente?
5. Estas preguntas nos ayudan a guardar el corazón de la acedia. ¿Qué es la acedia? Es un gran enemigo de la vida espiritual. Es la pereza que nos sume, que nos hace resbalar, en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer. Es un espíritu negativo, es un espíritu maligno que ata al alma en el letargo, robándole la alegría. Se comienza con aquella tristeza, se resbala, se resbala, y nada de alegría.
6. El secreto para ser vigilantes es la oración. Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia. Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración. La oración del corazón puede ayudarnos, repitiendo a menudo breves invocaciones. En Adviento, acostumbrémonos a decir, por ejemplo: “Ven, Señor Jesús”. Repitamos esta oración a lo largo del día y el ánimo permanecerá vigilante. “Ven, Señor Jesús”. (cf. Ángelus, 28/nov21).
2. Debemos estar atentos. Debemos vigilar, sin distraernos. La vigilancia significa: no permitir que el corazón esté perezoso y que la vida espiritual se ablande en la mediocridad. No podemos ser cristianos adormecidos o anestesiados por la mundanidad espiritual; sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración, que rezan como papagayos, sin entusiasmo por la misión, sin pasión por el Evangelio. Cristianos que miran siempre hacia adentro, incapaces de mirar el horizonte. Y esto nos lleva a “dormitar”: a seguir con las cosas por inercia, a caer en la apatía, indiferentes a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Y esta es una vida triste, andar así… no hay felicidad allí.
3. Hay que estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados por las cargas de la vida.
4. Preguntémonos: ¿qué pesa en mi corazón? ¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios, cuáles son los vicios que me aplastan y me impiden levantar la cabeza? ¿Estoy atento o soy indiferente?
5. Estas preguntas nos ayudan a guardar el corazón de la acedia. ¿Qué es la acedia? Es un gran enemigo de la vida espiritual. Es la pereza que nos sume, que nos hace resbalar, en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer. Es un espíritu negativo, es un espíritu maligno que ata al alma en el letargo, robándole la alegría. Se comienza con aquella tristeza, se resbala, se resbala, y nada de alegría.
6. El secreto para ser vigilantes es la oración. Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia. Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración. La oración del corazón puede ayudarnos, repitiendo a menudo breves invocaciones. En Adviento, acostumbrémonos a decir, por ejemplo: “Ven, Señor Jesús”. Repitamos esta oración a lo largo del día y el ánimo permanecerá vigilante. “Ven, Señor Jesús”. (cf. Ángelus, 28/nov21).