Beato Carlos Manuel 21
La verdad
En las pasadas dos hojas parroquiales vimos las ideas claras que tenía nuestro beato sobre lo que significa ser cristiano. Hoy veremos su claridad sobre el tema de la verdad. Carlos Manuel, el 25 de abril de 1947, inesperadamente, tiene que redactar un texto en español para demostrar sus conocimientos lingüísticos, a la profesora de español básico en la universidad de Puerto Rico, pues ella no entendía la relación entre excelentes calificaciones y tantas ausencias a las lecciones universitarias. Como sabemos las ausencias se debían a su enfermedad. A su pedido, Carlos escribe sobre la verdad. Una redacción que tiene unidad entre su estructura redaccional y su contenido. En el escrito queda manifiesta la talla intelectual del Beato:
«La verdad es una gran señora. Es una dama única, de alta alcurnia, de noble estirpe. Es sencilla. Se adorna con dos joyas que lleva siempre prendidas al pecho. Estas son símbolos de cualidades intrínsecas suyas. Una de estas joyas es clara y transparente como el agua del manantial, como el cristal incoloro. Sólo a través de ella puede captarse y verse la realidad objetiva. Es una joya muy rara y desconocida, lo que hace que la mayoría no sepa aquilatarla en su justo valor. Se llama la humildad. La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino no puede existir si no procede de la verdad. La verdad ama al equivocado, aun a aquél que de ella se burla y la persigue, y como madre cariñosa quisiera traerlo a su seno para alimentarlo con su substancia pura y sin mezcla de contaminación. Quiere, se desvela, se afana por darle la vida genuina y la vista intelectual de la cual éste carece. Ella ama al equivocado como sólo una madre verdadera puede hacerlo, pero no transige con el error. No puede hacerlo. Su misma esencia peligraría. Dejaría de ser lo que es si llegara a contemporizar con el error. Ella no conoce las transacciones de conveniencia. No quiere, se opone, resiste a hacer concesiones. ¿Orgullo? ¿Terquedad? ¿Estrechez? No, no puede ser. No es eso».
Carlos Manuel explicita la relación entre humildad y verdad. Sólo a través de la humildad se puede captar y ver la realidad objetiva. El Beato utiliza la comparación de dos joyas que forman parte de la verdad: la humildad y la caridad. Ambas van juntas. San Agustín presenta esta unidad en la inseparabilidad: «Ubi humilitas, ibi caritas».
Luego, en una carta de 1955, expresa la interrelación del conocimiento en el proceso de acercarse a la verdad, a la realidad objetiva, en la certeza de que Cristo es la Verdad misma:
«Dios, Cristo, Cielo, Infierno, Pecado, Muerte, Redención, Salvación, Sacramentos, Gracia, Resurrección, Vida Eterna, Visión Beatífica, no son mera palabrería hueca y sin sentido; no son sueños de poetas, ni hipótesis de pseudocientíficos, ni especulaciones de filósofos, ni escape para frustrados; son LA REALIDAD MÁS OBJETIVA, sostenida y respaldada con las pruebas más irrefutables en todos los órdenes –sentido común, científico, filosófico, teológico– pero sobre todo, son la Revelación hecha por Aquel que es la Verdad misma y que sabe a perfección qué dice y por qué lo dice. Él mismo ha asegurado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida...” (Jn 14, 6). “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas...” (Jn 8, 12). “El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no fallarán...” (Mt 24, 35)».
En el contexto de los desafíos de la evangelización de la cultura, Carlos Manuel, es un apóstol de la verdad. Amó la verdad que no se conquista sólo con la razón sino con todo el ser, por la vía amorosa. Fue sabio, y, sobre todo, santo, que es la más alta sabiduría.
(cf. Tesina de licenciatura de Yoni Palomino Bolívar, “Vivimos para esa noche”: Beato Carlos Manuel Rodríguez, Un apóstol contemporáneo de la liturgia.)
En las pasadas dos hojas parroquiales vimos las ideas claras que tenía nuestro beato sobre lo que significa ser cristiano. Hoy veremos su claridad sobre el tema de la verdad. Carlos Manuel, el 25 de abril de 1947, inesperadamente, tiene que redactar un texto en español para demostrar sus conocimientos lingüísticos, a la profesora de español básico en la universidad de Puerto Rico, pues ella no entendía la relación entre excelentes calificaciones y tantas ausencias a las lecciones universitarias. Como sabemos las ausencias se debían a su enfermedad. A su pedido, Carlos escribe sobre la verdad. Una redacción que tiene unidad entre su estructura redaccional y su contenido. En el escrito queda manifiesta la talla intelectual del Beato:
«La verdad es una gran señora. Es una dama única, de alta alcurnia, de noble estirpe. Es sencilla. Se adorna con dos joyas que lleva siempre prendidas al pecho. Estas son símbolos de cualidades intrínsecas suyas. Una de estas joyas es clara y transparente como el agua del manantial, como el cristal incoloro. Sólo a través de ella puede captarse y verse la realidad objetiva. Es una joya muy rara y desconocida, lo que hace que la mayoría no sepa aquilatarla en su justo valor. Se llama la humildad. La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino no puede existir si no procede de la verdad. La verdad ama al equivocado, aun a aquél que de ella se burla y la persigue, y como madre cariñosa quisiera traerlo a su seno para alimentarlo con su substancia pura y sin mezcla de contaminación. Quiere, se desvela, se afana por darle la vida genuina y la vista intelectual de la cual éste carece. Ella ama al equivocado como sólo una madre verdadera puede hacerlo, pero no transige con el error. No puede hacerlo. Su misma esencia peligraría. Dejaría de ser lo que es si llegara a contemporizar con el error. Ella no conoce las transacciones de conveniencia. No quiere, se opone, resiste a hacer concesiones. ¿Orgullo? ¿Terquedad? ¿Estrechez? No, no puede ser. No es eso».
Carlos Manuel explicita la relación entre humildad y verdad. Sólo a través de la humildad se puede captar y ver la realidad objetiva. El Beato utiliza la comparación de dos joyas que forman parte de la verdad: la humildad y la caridad. Ambas van juntas. San Agustín presenta esta unidad en la inseparabilidad: «Ubi humilitas, ibi caritas».
Luego, en una carta de 1955, expresa la interrelación del conocimiento en el proceso de acercarse a la verdad, a la realidad objetiva, en la certeza de que Cristo es la Verdad misma:
«Dios, Cristo, Cielo, Infierno, Pecado, Muerte, Redención, Salvación, Sacramentos, Gracia, Resurrección, Vida Eterna, Visión Beatífica, no son mera palabrería hueca y sin sentido; no son sueños de poetas, ni hipótesis de pseudocientíficos, ni especulaciones de filósofos, ni escape para frustrados; son LA REALIDAD MÁS OBJETIVA, sostenida y respaldada con las pruebas más irrefutables en todos los órdenes –sentido común, científico, filosófico, teológico– pero sobre todo, son la Revelación hecha por Aquel que es la Verdad misma y que sabe a perfección qué dice y por qué lo dice. Él mismo ha asegurado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida...” (Jn 14, 6). “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas...” (Jn 8, 12). “El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no fallarán...” (Mt 24, 35)».
En el contexto de los desafíos de la evangelización de la cultura, Carlos Manuel, es un apóstol de la verdad. Amó la verdad que no se conquista sólo con la razón sino con todo el ser, por la vía amorosa. Fue sabio, y, sobre todo, santo, que es la más alta sabiduría.
(cf. Tesina de licenciatura de Yoni Palomino Bolívar, “Vivimos para esa noche”: Beato Carlos Manuel Rodríguez, Un apóstol contemporáneo de la liturgia.)