Lectio Divina
La parábola del hijo pródigo, o mejor, la parábola del Padre misericordioso tiene dos partes señaladas por la frase: “este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado” (vs. 24 y 32). La primera parte (vs. 11-24) es completa en sí misma. Lucas hubiera podido terminar la parábola ahí. Sin embargo, añade la segunda parte (25-32). ¿Por qué? Porque entre los oyentes de Jesús había personas (fariseos, escribas) que se escandalizan por la conducta de Jesús y que se creían los “buenos”.
Jesús está rodeado de pecadores, come con ellos. Los pecadores se acercan a Jesús, le consideran su amigo. Mientras, los escribas y fariseos murmuran, se escandalizan y censuran la conducta de Jesús, que consideran contraria a la Ley. El Padre de la parábola es Dios mismo, que en su infinita misericordia aguarda por el regreso de sus hijos. Pero, ¿cuál de los hijos somos nosotros? ¿Reconocemos nuestro pecado y nos acercamos buscando el perdón y la misericordia de Dios? ¿O, como los fariseos, nos creemos “buenos” y por encima de los demás?
Padre, gracias por tu gran amor, por tu perdón, por tu ternura. Jesús, gracias, porque has venido a manifestarme quién es Dios, y porque me acompañas por estos caminos desviados, por los que ando con frecuencia, para que contigo regrese al amor del Padre. Te has vestido con mis andrajos para que, arrepentido, camine hacia el Padre, siempre acompañado por Ti.
Al Padre que me espera, me ama, me perdona y prepara el banquete de comunión y de fraternidad. A Jesús, que me acompaña en mis desvaríos y pecado, para motivar mi retorno al Padre. A la Iglesia, Madre y Medianera, que me ofrece el perdón y la amista con el Señor, sobre todo, en el sacramento de la reconciliación.
Haz un propósito sincero para no apartarte nunca del amor del Padre, manifestado en Jesús.