Domingo de la Misericordia
Dios es fuente de misericordia
[...] La misericordia preside la historia de la salvación. San Pablo exulta al alabar al Señor misericordioso: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo» (2Cor 1, 3) Es el misterio, expresado bíblicamente, del plan misericordioso de Dios de salvar a todos los hombres en Cristo. El hilo conductor de la historia de la salvación es la revelación de la misericordia divina. Si así lo entendía el pueblo del Antiguo Testamento y lo expresaba en los salmos —leer despacio el 118 y el 136— ¿qué habremos de entender los que podemos contemplar el rostro, las palabras, los gestos de Jesús de Nazareth? Por eso teólogos actuales hablan sin tapujos de la generosidad infinita del Padre. En ese clima vive Jesús su revelación filial y nos invita a nosotros a entrar en ella: «Sed generosos como es generoso vuestro Padre» (Lc 6, 36).
Su generosidad impresionante se acerca a nosotros en la persona de Jesús. Él quiere que sus discípulos entremos por esos caminos de gratuidad que vienen del Padre que «hace salir su sol sobre buenos y malos» (Mt 5, 45). El que se abre a esta inspiración no juzga ni condena. Se hace bueno y misericordioso como el Padre. El apóstol Pedro cree entender esta benevolencia que capta en su maestro y se siente generoso. Los rabinos le habían enseñado que podía perdonar hasta cuatro veces. Él extiende la medida con la pregunta: «¿Debo perdonar hasta siete veces?» Pero la misericordia de Pedro se queda sorprendentemente corta ante la respuesta de Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21) Y con esta respuesta le dice bien claro que en materia de perdón no hay límites. La medida es la desmesura de Dios.
Lo importante es que nosotros quebremos las estrecheces de nuestro corazón y hagamos nuestro ese aliento de ternura y misericordia en las relaciones con nuestros semejantes.
Alfredo Mª Pérez Oliver, cmf – (ciudadredonda.org, 16 ag 2006 )
[...] La misericordia preside la historia de la salvación. San Pablo exulta al alabar al Señor misericordioso: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo» (2Cor 1, 3) Es el misterio, expresado bíblicamente, del plan misericordioso de Dios de salvar a todos los hombres en Cristo. El hilo conductor de la historia de la salvación es la revelación de la misericordia divina. Si así lo entendía el pueblo del Antiguo Testamento y lo expresaba en los salmos —leer despacio el 118 y el 136— ¿qué habremos de entender los que podemos contemplar el rostro, las palabras, los gestos de Jesús de Nazareth? Por eso teólogos actuales hablan sin tapujos de la generosidad infinita del Padre. En ese clima vive Jesús su revelación filial y nos invita a nosotros a entrar en ella: «Sed generosos como es generoso vuestro Padre» (Lc 6, 36).
Su generosidad impresionante se acerca a nosotros en la persona de Jesús. Él quiere que sus discípulos entremos por esos caminos de gratuidad que vienen del Padre que «hace salir su sol sobre buenos y malos» (Mt 5, 45). El que se abre a esta inspiración no juzga ni condena. Se hace bueno y misericordioso como el Padre. El apóstol Pedro cree entender esta benevolencia que capta en su maestro y se siente generoso. Los rabinos le habían enseñado que podía perdonar hasta cuatro veces. Él extiende la medida con la pregunta: «¿Debo perdonar hasta siete veces?» Pero la misericordia de Pedro se queda sorprendentemente corta ante la respuesta de Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21) Y con esta respuesta le dice bien claro que en materia de perdón no hay límites. La medida es la desmesura de Dios.
Lo importante es que nosotros quebremos las estrecheces de nuestro corazón y hagamos nuestro ese aliento de ternura y misericordia en las relaciones con nuestros semejantes.
Alfredo Mª Pérez Oliver, cmf – (ciudadredonda.org, 16 ag 2006 )